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El capitalismo y los aviones que no vuelan

Vaya por delante que en este artículo no voy a hablar de los aviones del aeropuerto de Castellón.

La gente que ha estudiado conmigo (ingeniería en informática en Deusto) sabe que me encantaban las asignaturas, tanto técnicas como teóricas, referentes a la informática «pura y dura», y que incluso disfruté con las de administración de empresas cuando la persona que las impartía era buena. Pero una de las asignaturas de las que más disfruté fue «Deontología Profesional» en el último curso de la carrera, vamos, la que llamábamos «ética», algo que mucha gente no entendía, porque la consideraban un tostón.

En concreto, me fascinó la parte en la que estudiamos la obra de Adam Smith, en cuyas ideas se basa en gran medida el sistema económico capitalista que hoy rige nuestra sociedad. En su su obra aparece la idea de una «mano invisible», ficticia, metáfora de una regulación natural que se da en los mercados en ausencia de presiones e injerencias externas (vamos, que los gobiernos no se meten en regulación de mercado). Esta mano invisible es uno de los fundamentos del liberalismo económico que hoy defienden gran parte de los políticos que abogan por la privatización y la desregulación de mercado (un eufemismo para el despido barato). Según esta teoría, en ausencia de presiones externas, el mercado va reasignando los beneficios obtenidos, logrando que estos vayan llegando poco a poco a todas las partes de la sociedad, incluso a los sectores más desfavorecidos, logrando así una mejora para todos los estratos sociales, y por lo tanto, para la sociedad en sí, y todo ello motivado, tan sólo, por el egoísmo de las diferentes personas en sus decisiones relativas al ámbito económico, tal y como podría desprenderse de la obra «La riqueza de las naciones».

El problema de los políticos, economistas, banqueros, empresarios, etc., que esgrimen este tipo de ideas es que sueltan esto (si al menos tienen la decencia de saber en qué se basa la teoría socio-económica que defienden, que algunos ni eso) y se quedan tan pichis. En mi opinión, humilde, que no soy para nada un experto en el tema, es absurdo pensar que una persona como Adam Smith, que tuvo la intención de elevar la economía al ámbito de la ciencia, formulase una hipótesis como tal sin plantear bajo qué condiciones se podría producir la acción de esa supuesta mano invisible. Es como si alguien dijese, sin más, «los aviones vuelan», a modo de afirmación categórica e irrefutable. Si llevamos a esa persona a un aeropuerto y le enseñamos los aviones de la pista, o de un hangar, claramente no están volando. En ese momento nos podría decir, «vale, no vuelan», pero mirando al cielo veríamos aviones que sí lo hacen.

¿En qué quedamos, los aviones vuelan, o no? Pues depende. La lógica y las matemáticas nos proporcionan una herramienta para describir lo que necesitamos: la doble implicación. Un avión vuela, sí y sólo sí, la diferencia de presión ejercida por las corrientes de aire que se forman, sobre todo, en las partes superior e inferior de sus alas crea una componente de fuerza vertical tal que es capaz de compensar, y superar, el tirón gravitatorio del planeta sobre su masa. Es decir: si esas corrientes existen, el avión vuela; si el avión vuela, es que esas corrientes de aire existen. Punto.

¿Pudiera ser que Adam Smith plantease uno de estos «si y sólo si» en lo referente a la actuación de su «mano invisible»? Aquí es donde entra en juego la otra gran obra de Adam Smith, precursora de «La riqueza de las naciones»: la no tan conocida, y en ocasiones denostada y, pudiera ser, malinterpretada a posta, «Teoría de los sentimientos morales». Si bien en «La riqueza de las naciones» se muestra al egoísmo propio y racional como motor del mercado, en su anterior obra Adam Smith plantea un marco moral de referencia sin el que su obra no puede entenderse. Según este marco moral, la «mano invisible» no actúa por arte de magia, en cualquier ocasión, sino que es necesario un modo de actuar muy concreto por parte de los agentes económicos (las personas con la pasta). Este modo de actuar se podría resumir, y así lo vimos en la universidad, en que las personas, aún movidas por el egoísmo racional, tienen que buscar se admirables, y no sólo admiradas. ¿Cuál es la diferencia? Vamos a ver dos ejemplos:

  • Situación A: Fulanito Pérez ha sido trabajador de la construcción durante mucho tiempo, y debido a la explosión de la burbuja inmobiliaria, se ve súbitamente en paro y con una hipoteca. Mientras va por la calle ve a Rogelio Dinérez, presidente de la constructora que acaba de despedirle, conduciendo su flamante y nuevo coche. Fulanito Pérez siente envidia. Admira el nuevo coche de su jefe, pero no puede evitar pensar: «valiente ‘jo puta, así te estrelles».
  • Situación B: Fulanito Pérez es trabajador de la construcción en la empresa «EcoCons» de construcción ecológica y socialmente responsable. Mientras pasea con sus hijos por la calle, gracias a que su horario de trabajo le permite integrar sin problemas su vida laboral y familiar, ve pasar a su jefe, Rogelio Sociablez, en su nuevo coche eléctrico con batería de última tecnología, que iguala sin problemas la autonomía y potencia de un motor de combustión, y ha sido desarrollada por el cluster de empresas tecnológicas en el que la constructora invierte parte de sus beneficios. Admira el nuevo coche de su jefe, y no puede evitar pensar: «con todo lo que hace, se lo merece».

A mi forma de verlo, este sencillo ejemplo muestra la diferencia entre buscar ser admirado y admirable. En la situación A, el señor Rogelio actúa por egoísmo, buscando su propio beneficio, y no le importa lo que la gente piense de él. En el caso B, su tocayo muy probablemente montó su constructora también por egoísmo: le permitiría tener una vida más acomodada que otros trabajos y le proporcionaría una mayor seguridad económica, pero además de eso quiere que la gente lo vea como alguien digno de admiración. Entendida así la teoría de Adam Smith, para que el libre mercado funcione las personas deberían actuar movidas por un egoísmo racional, sí, pero no perdiendo nunca de vista la idea de ser dignos de la admiración que recibirán por aquello que consigan.

Algunas personalidades importantes en el ámbito económico y político insisten en que el mercado necesita más libertad, menos injerencia política, menos leyes de protección a los trabajadores y más libertad de acción para los empresarios, porque sólo así se crearán puestos de trabajo y riqueza para todos, dicen. Pero si los aviones vuelan si y sólo si existen las condiciones necesarias y suficientes, y lo mismo ocurre con la actuación de la mano invisible que regula el mercado, sería interesante preguntar a esas importantes personalidades si ellos creen que vivimos en el mundo representado en la situación A, o en la B.

Nota: ciertos estudiosos de la obra de Adam Smith indican que, cuando éste escribió «La riqueza de las naciones» había dejado de lado su anterior obra, y que por lo tanto, lo planteado en la «Teoría de los sentimientos morales» no es aplicable a su obra posterior, pero tal y como indican otros autores con los que yo estoy más de acuerdo, esto es absurdo, porque tras escribir «La riqueza de las naciones» Adam Smith se embarcó en una segunda edición de su obra anterior, reafirmando y completando su teoría.

Algunas referencias: